Triste Navidad

Con la llegada de las fiestas navideñas es habitual que nos encontremos con que nosotros mismos o alguno de nuestros allegados sufren episodios de tristeza. Son tradicionalmente fechas para pasar en familia y siempre habrá alguien a quién echar de menos. Esa pareja, padre o madre, hija o hijo, hermana o hermano, tía o tío, que falleció recientemente o hace años, esa persona querida con la que habíamos compartido estos espacios y tiempos durante toda una vida o una parte importante de ella y que ya no está con nosotros para seguir haciéndolo.

Si a esto le sumamos la presión que la sociedad ejerce sobre todos nosotros por “tener que” estar felices y “tener que” celebrar estas fechas forzosamente, queramos o no, nos gusten o no, las disfrutemos o no, tenemos el cóctel perfecto preparado para que la tristeza se quede con nosotros como un invitado más, pero este indeseado, durante las fiestas.

¿Qué deberíamos hacer en este caso?

En primer lugar sería una buena idea revisar nuestras premisas y objetivos con respecto a esta emoción que puede llegar a resultarnos tan dolorosa y, en ocasiones, difícil de manejar. Es un error pretender erradicar la tristeza. Por una parte porque, como toda emoción, desempeña un importante papel en nuestra supervivencia, pero por otra, porque es precisamente esta lucha por hacer que desaparezca, este intento de negación el que hará que el “invitado indeseado” se haga cada vez más incómodo.

La tristeza surge normalmente ante la conciencia de una pérdida, sea ésta del tipo que sea (bien un fallecimiento de alguien significativo para nosotros, bien una ruptura sentimental, la pérdida de nuestro trabajo…) y moviliza nuestros recursos para superar esa pérdida, haciendo que nuestra mirada se dirija hacia nosotros mismos para la integración de lo sucedido, buscando apoyos en nuestros seres queridos, etc.

Es importante que atendamos precisamente a este aspecto de “conciencia de pérdida” que señalábamos. Es normal que dicha conciencia reaparezca en fechas señaladas, como por ejemplo pueden serlo estas fiestas, o lo puede ser el día en que esa persona cumplía años, o el  de su fallecimiento o la fecha en que se produjo la ruptura de la relación, o todas ellas y otras más y es normal también, por tanto, que con ellas aparezca la emoción de tristeza y/u otras vinculadas con ella, como por ejemplo la  nostalgia o la melancolía.

Ahora bien, ¿quiere esto decir que lo que debemos hacer es evitar recordar para con ello evitar que estas emociones vuelvan a aparecer? Todo lo contrario, si lo que pretendemos es recordar a esa o esas personas de modo que cada vez nos resulte menos doloroso hacerlo (está claro que el objetivo ni es ni puede ser olvidarnos de ellas), la única estrategia que podemos desplegar es la de permitir y aceptar lo que estamos sintiendo, sea lo que sea. Ahora bien, esto no significa y, de nuevo resulta contraproducente pretender que así sea, que el dolor vaya a desaparecer en algún momento (puede que de hecho nunca lo haga).

De este modo sólo aceptando que la tristeza que surge como consecuencia de la conciencia de la falta de ese ser o seres queridos, es una emoción normal y esperable en ese momento, aunque nos resulte dolorosa, conseguiremos que ese invitado, aunque continúe resultándonos algo molesto, nos permita disfrutar de estos momentos con los nuestros.

Os dejamos aquí un bonito vídeo ilustrativo que nos plantea la metáfora del invitado indeseado y aprovechamos para desearos una buena entrada de año.

(Para ver el vídeo clickad en la imagen y activad los subtítulos en Youtube pinchando en la parte inferior de la pantalla de visualización)

Invitado indeseado ACT

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